Los cadáveres salen a flote en Birmania
Con la bajada de la marea, cientos de cuerpos siguen apareciendo
La Junta Militar trata como reclusos a los refugiados
La marea baja y deja al descubierto más cadáveres en la multitud de canales del delta birmano del Irawadi. Varados en los márgenes de uno de los canales que fluyen del río Pyapon flotan los cuerpos de mujeres y hombres hinchados por el agua. El cadáver de un niño boca arriba yace atrapado entre las ramas de un árbol caído.
Conforme nos adentramos en el canal, el olor se hace más denso. Se trata de un paraje desolador poblado de ramas caídas, barcos partidos por la mitad y encallados en el barro y muchos búfalos de agua flotando inmensos e inertes sobre las aguas marrones.
Del número de fallecidos o desaparecidos por el ciclón Nargis en las ciudades más importantes del delta se tienen datos provisionales: en Labutta, 15.000; en Bogalay, 10.000; en Pyapon, 5.000. Pero se desconoce todavía cuántos muertos se han producido en esta área con multitud de poblaciones a lo largo de los canales, a las que sólo se puede acceder por barca y donde la Junta Militar ha prohibido hasta ahora el acceso a las organizaciones de ayuda internacional y a los extranjeros.
Arrastrados por la corriente
"En Kan Daung murieron unas 300 personas a causa del ciclón", se expresa con dificultad el único joven del pueblo de unos 3.500 habitantes que habla algo de inglés. "No reconocemos los cuerpos que flotan cerca de Kan Daung porque los ha traído la corriente desde otros lugares". Y ahí siguen.
Bruno es un joven canadiense de 20 años que llegó a Birmania como turista y tras el ciclón se ha convertido en periodista para un canal de televisión y -cuando la ocasión lo permite- en voluntario. Pidió a sus amigos en Canadá que le ingresaran dinero en su cuenta para transportar alimentos y agua embotellada a las poblaciones del delta abandonadas a su suerte, aunque nunca se imaginó que ayudar pudiera ser un motivo de tensión con los militares. Público le acompañó en su viaje.
"Tengo en mi pasaporte los visados para ir a China y Bangladesh, pero después de esta experiencia creo que volveré a Montreal. Necesito estar cerca de mis amigos y mi familia", explica el joven, que estudia Relaciones Internacionales en Asia.
El canadiense ha hecho acopio de arroz, vegetales y agua en un mercado de Rangún, la capital económica del país donde se ha recuperado cierta normalidad. Cuando se dispone a pagar los plátanos, la vendedora le hace un descuento al descubrir el destino de la fruta. "Así también realizo mi pequeña donación", aclara.
Durante el trayecto en coche hasta Pyapon salimos airosos de varios controles militares gracias a las explicaciones que les ofrece Kimh, un taxista originario de la localidad de Mogo, en el norte del país.
"Mi hijo de nueve años me pregunta por qué el Gobierno birmano no deja que entre ayuda desde el exterior. Incluso un niño se da cuenta de lo absurdo de la situación", señala Kimh.
Cuando le pregunto cómo sabe su hijo que la Junta Militar está obstaculizando la llegada de ayuda internacional, el taxista de 45 años responde que "escucha la BBC o La Voz de América", como su padre y muchos otros birmanos que desconfían de las informaciones ofrecidas por los medios de comunicación estatales "que sólo cuentan cosas buenas".
Al poner un pie en Kau Dang, un lugareño con aliento a alcohol intenta hacerse con los alimentos para él y su familia, pero de pronto hace su aparición un soldado con un fusil colgado al hombro y le hace gestos violentos. Kimh nos aclara que hay tres extranjeros más atrapados en el pueblo. Resultan ser periodistas americanos que nos advierten de que nos marchemos inmediatamente porque creen que es peligroso.
Otros seis soldados protegen Kau Dang, a pesar de que no hay prácticamente nada en la localidad aparte de las casas sin techos y el arroz que no se ha podrido tras el paso del ciclón. Los soldados nos acusan de que la ayuda no es más que una excusa y nos amenazan con que no nos dejarán ir hasta que un superior se haga cargo de la situación, traduce Kimh sudoroso.
Mano izquierda
Con mucha paciencia y mano izquierda, el taxista trata con los soldados y miembros del USDA, una organización civil birmana que se dedica a informar al Gobierno de las actividades subversivas de sus compatriotas y que se muestran aún más recelosos que los soldados.
Tras una tensa espera, el taxista dice que "gracias al cesto con comida y al agua" nos podemos ir. También dejan que se marchen los otros periodistas, quienes llevan más de tres horas atrapados en la localidad.
Aunque algunas ONG como Swiss Aid, que operan a pequeña escala en Rangún, acaban de recibir el visto bueno de los generales para actuar en más zonas, queda por ver que sea definitivo.
Con el arroz echado a perder y sin atreverse a pescar en unas aguas donde flotan cadáveres, las decenas de miles de fallecidos, los 3.000 niños que se han quedado huérfanos, los habitantes de los canales del delta del Irawadi están absolutamente abandonados. Eso sí, bien protegidos de quien quiera ir a ayudarlos.