Los indeseados de Nueva Orleans
Los inmigrantes latinoamericanos que reconstruyeron la ciudad se sienten olvidados. Lo cuentan mediante el teatro

AFP/ROBYN BECK - Un trabajador recoge en agosto de 2006 restos de una casa en Nueva Orleáns destrozada por el huracán Katrina un año antes.
En cada esquina del concurrido Barrio Francés, letreros en azulejos recuerdan el nombre castellano de las calles bajo el breve dominio español de fines del siglo XVIII. Pero fuera del centro turístico de la ciudad, Nueva Orleans parece empeñada en borrar sus huellas hispanas más recientes: las que dejaron las decenas de miles de inmigrantes latinoamericanos que llegaron para reconstruirla después del paso del huracán Katrina el 29 de agosto de 2005. "Nunca vi una ciudad donde se aprovechen tanto de uno", confiesa Julio, un mexicano de 25 años.
Casi tres años después del huracán, el trabajo escasea, las tensiones con los afroamericanos persisten y la Policía multiplica las expulsiones de la ciudad y del país. "Nos hostigan', afirma Julio, mientras sus compañeros interpretan una obra teatral al aire libre, en un barrio mayoritariamente negro.
Aquí, las cicatrices de Katrina todavía saltan a los ojos. Muchas casas permanecen deshabitadas. Cerradas en el mejor de los casos. Abiertas a los cuatro vientos, llenas de escombros, en el peor.Como si se negaran a desaparecer sin dejar rastro, los compañeros de Julio se convierten en actores una tarde de un domingo para contar su propia historia, burlarse de paso de los gringos y ajustar cuentas con el presidente George W. Bush. El teatro les permite contar su experiencia en la calle y recordar su presencia.
"Este tipo de evento es para que nos tomen en cuenta, nos valoren, nos respeten como seres humanos. Para que no haya tanta discriminación", explica un mexicano. Lleva una camiseta con el lema "Unidos por una reconstrucción justa". Por las dudas, prefiere guardar el anonimato. "¿Lo que diga no me va a traer problemas, verdad?", pregunta, desconfiado.
La obra relata su propio viaje, desde el otro lado de la frontera, donde un coyote acepta llevarlos "al norte" por 1.000 dólares. El salvadoreño Samuel llegó dos años atrás, siguiendo ese mismo camino. "Todo esto era un desastre", recuerda. "Limpiamos las casas que habían sido destruidas. Había tanta contaminación, tanta suciedad que teníamos problemas de salud", añade. "Recogimos hasta cadáveres, hermano", añade Julio, con cara de disgusto.
Perseguidos por la ‘migra'
Ahora, los inmigrantes se sienten de más en la nueva ciudad. "No sólo no nos valoran, sino que nos persigue la Policía y la migra (los servicios de inmigración)", lamenta el joven hondureño Dennis Soriano, uno de los actores y organizadores del acto.
El público guarda silencio. Los actores están cruzando la frontera cuando, de repente, aparece la temida patrulla fronteriza. El papel del malo lo interpreta uno de los más gordos y veteranos del elenco: "Border Patrol. Stop!", grita, antes de encadenar varias palabras incomprensibles en el mismo tono. El público rompe en carcajadas. "¡Este no habla pinche inglés!", exclama un espectador, divertido y aliviado.
El mayor desastre natural en la historia de Estados Unidos causó la muerte a 1.836 personas y los daños materiales del Katrina alcanzaron los 75.000 millones de dólares, lo que lo convirtió en el huracán más costoso en la historia del país.
A medida que la ciudad levantó cabeza, el mercado de trabajo se deterioró para los indocumentados. Ahora se pasan el día en una esquina a la espera de que un contratista venga a buscarlos. A veces, ni siquiera les pagan, como refleja la obra de teatro. ‘El trabajo aquí está bien cabrón. Lo hay, pero no te pagan. Al final, no ves el billete", advierte un actor que intepreta a un inmigrante experimentado que instruye al incrédulo grupo de recién llegados. Teodor, un mexicano de 24 años, asiente con la cabeza. "No hay cómo reclamar. Si protestas, amenazan con llamar a la Policía".
La llegada masiva de latinoamericanos, también creó tensiones con la comunidad negra, la más afectada por el Katrina. "Los afroamericanos no nos pueden ver. Nos culpan de robarles el trabajo", confiesa un mexicano, que acusa a las autoridades locales de no proteger a los latinoamericanos. "Si llamas a la Policía y se dan cuenta de que eres hispano, nunca vienen", asegura.
Para tratar de rebajar las tensiones, el organizador del grupo de teatro Dennis Soriano y su gente invitaron a la comunidad negra del barrio a participar en el acto. Un primer paso, aunque pocos acudieron.
Bush deportado
El desenlace de la obra teatral se acerca. Un gringo avanza hacia los inmigrantes. Primero creen que es un contratista que les va a ofrecer trabajo. Al rato, se dan cuenta de que se trata del propio presidente Bush. En unos segundos, lo rodean, lo maniatan y deciden castigarlo con la sentencia suprema: la deportación, la palabra utilizada sin reparos en Estados Unidos para decir expulsión.
Tras las risas finales, los espectadores reanudan sus conversaciones, hablan de la posibilidad de irse a otro lugar del país, de regresar a casa, de buscar nuevos horizontes. La fuerza del euro les seduce. "¿Cómo está la situación en España?", pregunta Julio. "Allá, no hay tanto racismo, ¿verdad?".