¡Temblad! Llegan los guerrilleros
Durante la contienda, más de 30.000 voluntarios tomaron las armas para expulsar de España al invasor francés

PÚBLICO - Escenas de la Guerra de la Independencia con los guerrilleros en primer plano, obra de José Flaugier.
Al final de su vida, cuando ya estaba desahuciado en Santa Elena, Napoleón Bonaparte reconoció en sus memorias que en España no le había vencido un Ejército, sino un pueblo. Un pueblo al que había subestimado claramente.
Antes del estallido de la guerra, Bonaparte había calculado que no necesitaría más de 92.000 hombres para hacerse con el control del país. La cifra probablemente hubiese bastado para enfrentarse al ejército regular. Pero las cábalas del emperador fallaron estrepitosamente porque no contó con un factor decisivo en su derrota: el levantamiento popular.
Las primeras partidas de guerrilleros empezaron a formarse a finales de 1808 por militares procedentes de unidades desestructuradas del Ejército. Según se hizo patente la invasión francesa, a esos grupos comenzó a unirse población civil. Se calcula que en algunos periodos del conflicto llegaron a ser más de 30.000.
En su inmensa mayoría, se trataba de hombres y mujeres voluntarios, sin ninguna experiencia militar, que se rebelaron contra la ocupación francesa por un motivo fundamental: poner freno a la ola de saqueos que estaban sufriendo a manos del Ejército galo.
Emboscadas y abastecimiento
Los franceses tenían problemas de abastecimiento. Para subsistir, se vieron obligados a saquear pueblos y aldeas. Pero tras los asaltos llegaban ultrajes, violaciones y asesinatos. Los militares franceses despreciaron a la población, consideraba ignorante y atrasada.
Todos estos abusos -incluyendo la profanación de iglesias y símbolos religiosos- despertaron un sentimiento de unidad frente al opresor, que a la larga fue decisivo en la derrota gala. El que no luchaba colaboraba abasteciendo a los guerrilleros, fabricando balas y pólvora o escondiendo armas en lo alto de los montes.
Los combates se multiplicaron y la táctica era sencilla: la guerra de guerrillas. Los grupos armados atacaban por sorpresa a los destacamentos franceses si gozaban de superioridad numérica y huían rápidamente en caso contrario para mezclarse con la población. Sus acciones fundamentales consistían en emboscadas, asaltos a convoyes e interceptación de mensajeros.
El falso mito romántico
Basado en aquel movimiento popular, nació el mito que ha llegado a nuestros días del aguerrido guerrillero castizo, recorriendo serranías a caballo y dispuesto a plantarle cara al invasor. Aunque existe un cierto poso de verdad, la realidad fue muy distinta.
En primer lugar, las guerrillas se desarrollaron, fundamentalmente, en Aragón, Catalunya, Navarra o Asturias. No eran grupos pequeños ni desordenados, y muchos de sus jefes -Espoz y Mina, Juan Martín El Empecinado o el cura Merino- llegaron a mandar miles de hombres y librar batallas contra columnas completas del Ejército francés.
Las acciones se planificaban, existía un escalafón de mandos y llegaron a "legalizarse" mediante el Reglamento de partidas y cuadrillas dictado por la Junta Central, que les otorgó el estatus de fuerzas libres. También persiguieron a los colaboracionistas, en ocasiones con extrema crueldad.
Tras la contienda, las guerrillas fueron desmovilizadas por Fernando VII. Sus líderes se unieron a la causa liberal y fueron perseguidos. A algunos, y a pesar de los servicios prestados, les costó la vida oponerse al implacable nuevo rey.
Guerra sucia y a la desesperada
Vivir sobre el terreno
Según dispuso la Junta Central, cada partida de guerrilleros se debía componer de 50 jinetes y otros tantos infantes "mal armados y sin uniforme", con un sueldo diario de 15 reales. Al final, los soldados debían calentarse, alimentarse y vestirse de lo que robaban, del saqueo o de la rapiña.
El ojo por ojo
La respuesta a la barbarie francesa se saldó con el "ojo por ojo". Por ejemplo, una partida de guerrilleros entró en Villafranca en 1810 para capturar a un destacamento de granaderos. No dejaron prisioneros. A los franceses les cortaron la cabeza y a la mujer del oficial Esclavier la empalaron a la entrada del pueblo.