Gabino Diego: "Los políticos son como niños, siempre excusándose"
El actor madrileño presenta en el Teatro Amaya su monólogo 'Una noche con Gabino', en el que pone al día su trayectoria vital y cinematográfica en clave de tragicomedia

Gabino Diego presenta 'Una noche con Gabino' en el Teatro Amaya.
Hay gente que cae bien, otra mal y luego está Gabino Diego. El actor madrileño viene a ser el ángel del hombro, como demonio es Quique San Francisco. Durante años, dio vida al antihéroe, al bufón, al perdedor sonriente en la derrota. Fue uno de los rostros del cine español cuando Hollywood parecía el más allá, la Belle Epoque de Penélope antes de Pe. Su mudito de ¡Ay, Carmela! se llevó el Goya al mejor intérprete de reparto en un país de secundarios de lujo. Trabajó a las órdenes de Chávarri, Cuerda, Uribe, Trueba... hasta de Fernán Gómez mucho antes de que se fuese a la mierda. Luego se desdibujó y, a medida que iba difuminándose en la pantalla, se perfilaba en el telón. El cine devora a sus hijos.
"Somos así, pero eso sucede también en otras disciplinas. Tenemos como referente a Francia y Estados Unidos, mientras que no valoramos lo propio", explica Gabino, porque eso de llamarle Diego resulta extraño. Hay jalones en su existencia que parecen sacados de una de sus comedias. Antes de debutar a los diecisiete años, precisamente a la edad que ahora tiene su hija, aporreaba la guitarra junto a la entrada de unos grandes almacenes. "Cuando se enteró mi madre, convenció a una amiga para ir a verme y, al pasar por delante, me echaron unas monedas". Las críticas que recibió por aquella película iniciática, Las bicicletas son para el verano, fueron tan terroríficas que aún hoy las lee ante su público para sembrar carcajadas en la platea.
Tiene algo de Sísifo: arrastra su vida hasta el escenario y, cuando termina la gira, vuelve a rodarla hacia abajo. Así, su espectáculo Una noche con Gabino lleva subiendo y bajando una década, durante la que no ha quedado claro en qué pliegue termina la persona y comienza el personaje. Es un monólogo entrañable en el que repasa su trayectoria, se ríe de sí mismo y se pregunta adónde vamos. "Yo me compraba un single y era feliz escuchándolo durante semanas. Ahora, mi hija guarda 7.000 canciones en un cacharro y el día sigue teniendo sólo veinticuatro horas... Apple terminará sacando un programa para alargarlo", se plantea.
Sobre las tablas del Teatro Amaya desfilan, de jueves a domingo, medio centenar de personajes. Algunos beben de sus guiones cinematográficos, como el yonqui de Torrente. Resucita a actrices que se han ido. Juega al ¿quién es quién? de su biografía. Se echa un cantecito y hasta se mete en la piel del rey, un clásico de sus imitaciones, y de algunos presidentes del Gobierno. "Es más fácil imitar a Aznar que a Rajoy, por aquello del labio". Con Zapatero y Rubalcaba le bastan las manos. Son pinceladas, no hay brocha gorda. "El actor es un intermediario entre el autor y el público. No puedes insultar a diez millones de votantes. A veces, siento que todo se ha politizado demasiado". Y cita a José Sazatornil: el actor no debe tener ideas políticas ni religión ni dignidad. "Años después, añadía en una entrevista: ni dinero".
La boutade es más una realidad que una aspiración. "Con la crisis se impone el monólogo, aunque yo concebí esta obra antes de la recesión. Lo que nos ha hecho daño es la subida del IVA al 21%. Resulta imposible girar con un elenco de varios intérpretes, pues no hay modo de amortizar la inversión". La puesta en escena de Una noche con Gabino (diez años después) es austera: una silla, una guitarra y un intérprete. Más que suficientes para una obra íntima que apela a la nostalgia del espectador. "He encarnado papeles que incitaban a la risa, pero en realidad eran personajes tragicómicos, porque detrás de ellos siempre había un drama". En este caso, vital. "La crisis de los cuarenta existe, pero yo ya empecé con la crisis de los veinte. Era muy tímido y tardé en ser afortunado en amores. ¿Quién va a querer acostarse con El rey pasmado?", se pregunta. "Pero bueno, la timidez se vence en cuanto subes al escenario y te metes en la piel del personaje".
Gabino suele llegar un par de horas antes de que comience la función a este teatro de Chamberí, donde le gusta perderse entre las butacas vacías. Aquí celebrará el seis de septiembre su 47 cumpleaños. No tiene casa en propiedad, pero sí una colección de fotografías de artistas como Chema Madoz o Cristina García Rodero. Tampoco carné de conducir, porque asegura que es "tan despistado que tendría un accidente". Y le mosquea que, después de tanto crash, los gobernantes miren hacia otro lado o le echen la culpa al apuntador. "Los políticos son como los niños, siempre están excusándose. Me recuerda a cuando eres pequeño y le respondes a tus padres: no fui yo, no lo sabía, no volverá a pasar, etcétera".
Y, justo antes de ponerse manos a la obra, menta a la bicha. "Si todo el mundo se baja la música, las películas y los libros, ¿qué va a quedar? ¿Nos convertiremos en robots? Menos mal que el teatro existe desde la época de las cavernas, donde había un tío con una antorcha que le contaba cuentos a la gente. Eso no se va a perder nunca", reflexiona. "A este paso, terminaremos siendo máquinas. Pero ojo, quienes las fabrican mandan a sus hijos a colegios donde no tienen máquinas, porque hoy los chavales ya no saben ni escribir".