Ferrer oposita a héroe

La Davis es un torneo de contradicciones. El tenis, deporte de silencio, se inunda de hinchadas y cánticos. El individualismo y los egos, reyes del circuito, son superados por el esfuerzo colectivo. El mercantilismo, leitmotiv del deporte profesional, queda aguado entre consignas de lucha por una bandera. Se crea un ambiente extraño incluso para los tenistas, que hacen esfuerzos por no perder la cabeza entre tanta emotividad. No a todos les gusta. De hecho, es la primera competición que se pone encima de la mesa cuando los profesionales dicen que el calendario está cargado en exceso y las piernas no aguantan tanto kilometraje.
La Davis es también una búsqueda incesante de héroes. Al éxito hay que ponerle cara y, además, el tenis no deja de ser un deporte de individuos. Nadal, Verdasco y Feliciano ya saben lo que es representar ese papel. Si España gana es difícil que el protagonismo recaiga sobre ellos. Nadal, porque de él sólo se espera la victoria; los otros dos, porque su función queda reducida al punto de dobles.
El territorio queda marcado para que sea Ferrer quien lo recorra. Las cábalas argentinas pasan siempre porque hoy Del Potro se imponga al alicantino. Pero Ferrer quiere cortar cualquier posibilidad de sueño. Siempre estará infravalorado, su juego no es espectacular y las marquesinas de los autobuses nunca se decorarán con su figura. Le falta carisma, pero no tenis. Y voluntad le sobra.
Pocos han tenido tantas dificultades para llegar a la meta. Ferrer ha pasado por la indiferencia, ha tenido que convivir con que otros tenistas peores le robasen espacio por quedar mejor en las portadas de las revistas. Llegar a ser el número cinco del mundo le ha costado mucha dedicación, ha tenido incluso que encauzar una cabeza que era errática. Ahora sólo le queda una gran victoria para refrendar una gran carrera. Sevilla espera impaciente para coronar a un nuevo héroe.