Archivo de Público
Lunes, 12 de Enero de 2009

"El lugar del teatro es el de la contradicción"

Helena Pimenta tensa la cuerda entre arte y poder en ‘Cartas de amor a Stalin’

ISABEL REPISO ·12/01/2009 - 20:59h

Pimenta se concede una pausa entre ensayo y ensayo, en el café Comercial de Madrid. REYES SEDANO

Helena Pimenta destila energía. La pasión le consume los poros cuando habla de su nuevo proyecto teatral, Cartas de amor a Stalin, de Juan Mayorga. El texto del dramaturgo –“una reflexión sobre un momento atroz del pensamiento de izquierdas”– será escenificado en el Teatro Pradillo de Madrid entre el 15 y el 25 de enero. “Mayorga es un autor de estar muy cerca de la sala de ensayos”, confiesa Pimenta, cuyo equipo comienza hoy a montar el escenario del Pradillo.

Cartas de amor a Stalin cuenta la destrucción del escritor Mijail Bulgakov (1891-1940), acosado y silenciado por el régimen de la URSS. La mutua necesidad entre el poder político y el arte es el eje de una tragedia de sólo tres personajes y en la que, como es habitual en los proyectos de Pimenta, vuelve a estar el actor y director Ramón Barea. “Tenemos una visión común del papel del teatro en la sociedad –justifica–. Hace tiempo que supimos que no cambiaríamos el mundo, pero compartimos la sensación de que es como un batir de alas, como una asamblea en la que se invita a reflexionar”.

La pieza de Mayorga entabla una conversación entre Bulgakov, su mujer y un diablo personificado en Stalin. Escritor y político compartieron una profunda formación religiosa y la posterior destrucción de la idea de Dios. Así las cosas, la mujer de Bulgakov aparece en medio de una doble lucha: por una parte, se bate por romper con su modelo de “blanda burguesa” y, por otra, para defender al genio de sí mismo y del medio hostil que lo rodea.

La tendencia del poder político por encontrar legitimidad moral en figuras intelectuales y la exigencia de estas de crear en un ámbito de libertad son el principal conflicto en Cartas de amor a Stalin. “El raciocinio nos garantiza una libertad y, sin embargo, puede ser utilizado como arma arrojadiza o de manipulación. Para mí es un problema de simplificación de los mensajes. Vivimos en un momento tan estresante que los manipuladores pueden campar a sus anchas. ¡Faltan matices! Hay que vivir más en la sensación de peligro y de respeto”, advierte en una pausa de los ensayos.

“Quien es capaz de comprender todos los matices que hay entre el blanco y el negro, comprende que todo son paradojas. Y ese lugar, el de la paradoja, es el lugar del teatro”, asevera desde un café, con la tortilla de un lado y lacaña de otro.

El peligro de la manipulación

El drama de Bulgakov trasciende el período histórico en que se forjó porque representa un espejo en el que todo creador puede reflejarse, con peligros vigentes como la tergiversación o la autocensura. “El artista debe estar muy alerta para saber cuál es su papel y la manipulación que se puede hacer de él. Y creo que cuando la sociedad es más civilizada y el país tiene una mayor madurez democrática se pueden objetivar más los datos”.

La transitoriedad de los referentes artísticos, según el tinte político de cada época, y el criterio para incorporarlos o no a la herencia cultural de un territorio inquietan a Pimenta: “Vivimos en una sociedad en la que se crean y se destruyen modelos según los intereses económicos: ahora interesan los más jóvenes, las mujeres, otros marginales... En esto el político es el último peldaño pero también los medios de comunicación contribuyen a formar un estado de opinión”.

Hace ya 21 años que Pimenta abandonó la docencia para fundar Ur Teatro y todavía se pregunta qué le empujo a dar aquel salto. “Pensé en ello anteayer... La verdad es que me gustaba mucho la gente que era apasionada y que vivía con intensidad las cosas”, dice sin un ápice de
indiferencia.