Herzog, al borde del éxtasis
Se edita una obra inédita del director coincidiendo con la retrospectiva que le dedica el Pompidou

PÚBLICO - Herzog trata de aplacar a un alterado Klaus Kinski durante el rodaje de Cobra verde (1988).
Como en sus películas, cierto poder telúrico e impredecible ha llevado a Werner Herzog a protagonizar las noticias sobre cine de autor durante los últimos días de 2008.
Por orden de importancia, la gran retrospectiva que le dedica el Centro Pompidou parisino, con sus 55 obras, entre documentales y películas de ficción.
A continuación, la distribución, por fin, aunque sea en DVD y sin otro motivo que aprovechar el tirón popular de su protagonista, Christian Batman Bale, de Rescate al amanecer, una película (comercial, según su director) de hace dos años.
Aprovechando el tirón, también se ha editado un pack con la parte más conocida de su producción, la que le unió al genial y enajenado actor Klaus Kinski. Y, por último, el 150 aniversario de la muerte de Gaspar Hauser, el niño salvaje, que ha vuelto a poner de actualidad la magnífica película (El enigma de Gaspar Hauser) que Herzog filmó en 1974.
Como en los años setenta, el cineasta vuelve a ser el rey del cine de autor
El enigma Herzog
Las enciclopedias de cine dirán que pertenece a la generación fundadora del Nuevo Cine Alemán, como Wenders, Fassbinder o Schlöndorf, la que tuvo que enfrentarse al páramo cultural dejado por el nazismo y la posguerra. No es falso, pero tal vez sea más apropiado considerarlo el mejor representante europeo de la escuela Buster Keaton.
Para Herzog, como para sus alumnos aventajados como Harmony Korine, el cine no tiene sentido si no es como aventura en la que se arriesga, no sólo dinero, sino también la misma vida.
Las innumerables ocasiones en las que ha arriesgado el pellejo en todo el mundo (ya sea a manos de actores como Kinski o de mercernarios congoleños) se explican por su concepción mística del cine, a medio camino entre la locura y la genialidad.
"Quiero dejar una marca indeleble en el espectador"
"Algunos místicos viven su fe, su espiritualidad, como un éxtasis. Ocurre lo mismo con la poesía. Cuando lees a Rimbaud, extraes de sus poemas una verdad tan profunda que te impulsa a realizar una lectura cercana al éxtasis. Mi filosofía como cineasta es pareja. Quiero que quede una marca indeleble en el alma del espectador, que lo ilumine una verdad extática", explicó Herzog hace unos días en Le Monde aprovechando su exposición en el Pompidou.
Deportista, viajero infatigable, melómano, Herzog ha buscado esa verdad en todos los formatos: documental, cine de ficción, cortometraje, fotografía, ópera. Su expresión artística ha sido comparada a menudo con el mito de Sísifo: la imposibilidad de conseguir. Instalado en Los Ángeles ("una ciudad mucho más interesante que Nueva York, demasiado europea.Todas las novedades de los últimos 50 años han surgido de allí: la informática, la normalización gay, los hippies, el new age"), acaba de finalizar el rodaje de un remake de Teniente corrupto (Abel Ferrara, 1992) protagonizado por Nicolas Cage.
Como siempre, con una metodología made in Herzog: "No he visto la película original". ¿Es posible hacer un remake sin haber visto el original? Quién sabe. Más difícil era la tarea de Fitzcarraldo, ese irlandés que decidió subir un barco a una montaña para montar una ópera. Y más difícil todavía fue repetir su proeza y filmarla con Kinski al lado y una pandilla de indígenas ofreciéndose a asesinarlo. Y el milagro se produjo.