Archivo de Público
Viernes, 2 de Enero de 2009

Tras los pasos de los barbudos

'Público' recorre los rincones de La Habana que fueron estratégicos entre el triunfo, el 1 de enero de 1959, del ejército rebelde de Castro y su entrada en la ciudad una semana después

BERNARDO GUTIÉRREZ ·02/01/2009 - 08:00h

E.F - Un grupo de civiles armados en una esquina de La Habana el 1 de enero de 1959.

"Las mujeres nos arrancaban los pelos. Todo el mundo gritaba. Nunca he visto tanta alegría colectiva". José Quiang habla emocionado. Se asoma al Malecón desde la terraza de su apartamento. Y recuerda los días más gloriosos de su vida. Este anciano de 81 años, jorobado, frágil, fue uno de los más fieles soldados de Fidel. Participó en el bautizo del Movimiento Revolucionario 26 de julio. Roció Cuba de propaganda ilegal. Se unió al ejército rebelde en Sierra Maestra. Y luchó ferozmente con la mítica Columna 1 de Fidel Castro que entraría en La Habana el 8 de enero de 1959.

Cuando los Barbudos llegaron por la carretera central, Quiang, que ya estaba en la ciudad como escolta personal del presidente Manuel Urrutia, se unió a la fiesta. "Recorrimos el Malecón entero. Después, nos dirigimos al cuartel Columbia de Batista, en Marianao. Allá, Fidel habló durante horas", rememora Quiang mientras muestra fotografías suyas junto a Che Guevara, Fidel o Raúl en Sierra Maestra.

Tres días sin ley

Cuba amaneció el primer día de 1959 sin rastro de Fulgencio Batista. Fidel Castro, que había pasado la Nochevieja de 1958 en un complejo azucarero la localidad de Palma Soriano, en la provincia sureste de Santiago de Cuba, llamó a la huelga general para rechazar la Junta Militar que estaba intentando hacerse con el Gobierno. Por ello, La Habana, durante los tres primeros días del año, fue un auténtico caos. "La gente se lanzó a la calle. Sabíamos que Batista ya no estaba. Pero había incertidumbre", afirma Ernesto Fernández, uno de los pocos fotógrafos que registró los primeros días de 1959 en La Habana. La Junta se derrumbó antes de las 24 horas del día 1. Y la urbe vivió 72 horas sin gobierno ni ley, meciéndose en una dulce deriva popular.

"La ciudad estaba alborotada", recuerda Fernández. La Habana estaba feliz. Ilusionada. Pero tensa. "Había grupos armados, escondidos", matiza el fotógrafo mientras llega a la calle San Francisco 912, esquina Carlos III. Aquí tomó una de sus fotos históricas para el diario Revolución Clandestina, para el que trabajaba: revolucionarios armados buscando militares de Batista. "Los policías de la dictadura intentaban huir de paisano. Decían que estaban en ese edificio", afirma Fernández señalando una casa en ruinas.

Durante aquellos tres primeros días, el pueblo habanero destrozó los casinos. Las ruletas, precisa Ernesto, "estaban abandonadas en las calles". El himno de Maceo el mítico general mulato que lucho contra las tropas españolas, sonaba en todas las radios.

"Las mujeres nos arrancaban los pelos. Todo el mundo gritaba. Nunca he visto tanta alegría colectiva"

En la manzana Gómez, muy cerca de la estatua de José Martí en la que un marine estadounidense borracho orinó en 1949, indignando al pueblo cubano, Ernesto retrató en 1959 a un grupo de jóvenes armados. "Muchas eran escopetas de perdigones. El movimiento 26 de Julio se dedicó a requisar armas en esos días. Querían la paz", relata Fernández. Y lo consiguieron. José Quiang lo expresa así: "Podría haber sido un caos, pero fue un ejemplo de convivencia. Entonces vimos que la revolución era algo diferente".

Ernesto conduce su Audi por el paseo del Prado. Rememora aquellos "días alegres" en los que "los presos de Loma del Príncipe fueron puestos en libertad y a las prostitutas se les dio la opción de estudiar o trabajar". El fotógrafo, que compró su Rolex 120 por 40 pesos al escritor Guillermo Cabrera Infante, estaciona su coche en el número 113 del paseo. Su fotografía en blanco y negro muestra una multitud en la puerta de Radio Caribe y la Unión de Cantineros. No queda nada. En su lugar, el Club de Danza. Los edificios, desvencijados, bostezan con tristeza. Suena un reaggaton estruendoso.

"El día 2 de enero ya se sabía que Castro iba a llegar. Camilo Cienfuegos estaba en La Habana y el Che estaba tomando el castillo de La Cabaña", dice Ernesto. Jacinto Perdono, un hombre de 73 años que vende el diario gubernamental Granma y la revista Bohemia, coge la foto y sonríe: "Yo entonces era cobrador de un seguro de las clínicas. Viví esos días con inmensa alegría. Ahora sobrevivo, que no es poco".

El vuelo de la paloma

Desde una privilegiada atalaya maleconera que nunca tendría "sin la revolución", José Quiang describe la caravana de los Barbudos con aroma cinematográfico. "Después de haber sido torturado tres veces, con los tímpanos reventados, entrar triunfante en La Habana fue lo más grande de mi vida", explica.

El 8 de enero de 1959, La Habana estaba engalanada. De los balcones y ventanas colgaban banderas del Movimiento Revolucionario 26 de Julio. Las mujeres vestían con de rojo y negro, los colores de la organización. "Por la tarde, decidieron tomar el campamento militar de Columbia, símbolo del régimen batistiano", cuenta el periodista Luis Adrián Bettancourt, que entonces tenía 20 años.

La tarde avanza. Ernesto da volantazos buscando la realidad desvanecida de sus fotos. La Iglesia de la Loma del Ángel, escenario del mítico libro Cecilia Valdés, aparece en sus instantáneas tomada por jóvenes armados. Y, con la luz desvaneciéndose, Ernesto se acerca al cuartel Columbia, hoy Ciudad Libertad, entre semáforos desvaídos y casas herrumbrosas. "Esto es peor que Sarajevo, 50 años después, todo se cae", lamenta.

Ciudad Libertad. Un grupo de jóvenes juega al fútbol. "Aquí fue", dice Ernesto. Fidel llegó. Encendieron los reflectores. Varias palomas fueron liberadas. Dos de ellas se posaron en su hombro. Allá se quedaron hasta el final del discurso. Josivel González, un joven de 26 años, golpea una pelota sucia. "Sí, fue aquí mismo. Es un orgullo. Ahora el cuartel es una ciudad deportiva para todos", comenta sonriendo. Ernesto aprieta el disparador de su cámara. Último click.

Unas horas antes, José Quiang, desde un piso "humilde, básico y sin lujos", rememoraba el vuelo de las palomas. Y repetía una frase que el comandante en jefe le dijo en Sierra Maestra, una frase talismán que tardó años en entender: "El sol brilla, pero tiene manchas. Y hasta los diamantes tienen impurezas".