Meta Barones
El clásico del cómic de ciencia-ficción ‘La Casta de los Metabarones’ se publica en un único tomo de lujo casi 15 años después de que saliera a la calle su primer episodio

De lo que se trata es de hacer un sacrificio. Por tradición: ocho páginas, que describen el sangriento ritual por el que un padre mutila un oído y parte del lóbulo cerebral derecho de su hijo para sustituirlo por fríos órganos mecánicos (tal y como hizo antes su padre con él mismo y su abuelo y el abuelo de éste con sus propios vástagos), fueron el embrión de una de las historias más grandes jamás escuchadas a lo largo del universo.
Ocho páginas que acabaron siendo doce, y finalmente cerca de 600, para narrar el devenir por el espacio y el tiempo de La Casta de los Metabarones; todo un árbol genealógico narrado en viñetas y trenzado con los huesos y la carne y el metal de los que posiblemente hayan sido la familia de guerreros más salvaje de la Galaxia.
Y de lo que se trata también es de celebrarlo. Ideada ya hace cerca de 15 años bajo la extraña conjunción de dos astros llamados Alejandro Jodorowsky (historia) y Juan Giménez (dibujo) y editada a lo largo de una década por Norma editorial, la serie de Los Metabarones ya tiene edición integral, cortesía del sello Reservoir Books de Mondadori. Así que a robots y humanos no nos queda otra que celebrarlo.
Humanoides asociados

Según recuerdan Jodorowsky y Giménez, lo suyo no fue, ni de lejos, un flechazo a primera vista, a pesar de los puntos en común que se les pueden presuponer a un chileno místico y a un argentino loco por el diseño industrial. Haciendo un poco de memoria, en una entrevista en su página web, Giménez recuerda que fue la editorial francesa Humanoïdes Associés la que los sentó a ambos en la misma mesa.
Allí Jodorowsky planteó su idea primitiva para el Metabarón, “un tipo pelado con una oreja de lata”, donde “un millón de naves atacaban a un millón de tipos. Una historia que al principio me fastidió un poco, porque no era lo mío, hacer esas armaduras y fantasía…”, según el dibujante.
La versión de Jodorowsky del no-romance, incluida en un anexo al final de esta megaedición, no es muy diferente, aunque tiene otro tono: “Gentes malintencionadas se aprovecharon de mi reputación sulfurante para presentarme como un espantoso gurú que va por ahí degollando niños”. Al final, la cosa salió como Jodorowsky intuyó en su día: “El realismo y la sensualidad” de Giménez hizo posible “una epopeya llena de ruido y de furia, de pasión, de dramas, de choque del metal y de la carne, otro aspecto de la ciencia ficción luminosa y espiritual que se había inaugurado con Moebius”.
Sherezade en la Luna

Con sus tradiciones salvajes y su concepción del honor y la nobleza interplanetaria; sus robots serviles y navíos orgánicos; su fauna mutante de arañas gigantes, gatos voladores y monos inteligentes; y su sistema de clases en el que la aristocracia y la piratería se confunden, Los Metabarones “cruza con acierto la estética de la ciencia-ficción con la lírica de los Cuentos de las mil y una noches”, según recoge el escritor Rafael Marín en su serie 50 obras maestras del cómic de ciencia ficción (www.bibliopolis.org/umbrales), donde ocupa el puesto 29.
A grandes rasgos, la serie narra el fulgurante ascenso de los Castaka en un universo en descomposición moral, donde “guerra, poder, religión, ciencia, todo es lucha y degeneración”. Desde sus orígenes, con el tatarabuelo Othon, quien comenzó la tradición de mutilar a su hijo y someterlo a un duro aprendizaje, hasta el último de la estirpe, sin nombre conocido y cuyos robots actúan en esta historia, tal y como decía Marín, como una suerte de Sherezade y su sultán: aburridos ante el paso de las horas, no les queda otra que contarse historias del Metabarón para matar el tiempo. Las mismas leyendas que ahora nos llegan en esta edición absoluta.