El documental musical, un género en auge
Gozan de prestigio, se estrenan en el cine y todos los grupos quieren el suyo
The filth and the fury, Some kind monster, Dig! y No Direction Home orbitan alrededor de The Sex Pistols, Metallica, The Brian Johnston Massacre y Bob Dylan, respectivamente, con tanta potencia como suenan sus grandes discos. Son ejemplos de documentales que no estaban destinados a los fans como material de campaña promocional y que han dado un rendimiento narrativo extraordinario.
Muchos de los documentales musicales son tan película como Nanouk el esquimal. Algunos son la pieza que explica al músico (The fearless freaks a Flaming Lips, Searching for the wrong-eyed Jesus a Jim White), y otros lo trascienden. A veces como tema principal (A skin to few es fiel a la atmósfera de Nick Drake sin apenas contener imágenes suyas), y otras como vehículo para contar algo que va más allá. The Devil and Daniel Johnston es una película sobre la esquizofrenia y I’m trying to break your heart (Wilco) habla de una separación, aunque también de la estupidez multinacional verité. En todas, los personajes tienen masa y volumen: son reales.
Trabajar con músicos de éxito no parece mala idea para un cineasta. Para empezar, garantiza un buen archivo y, además, le permite encomendarse a la eficacia de un personaje testado de antemano.
Gracias a películas como estas, el documental musical es hoy una pieza de prestigio. Se estrenan en salas de cine y tanto bandas como sus mánagers quieren el suyo. A veces se hacen pintar el retrato ecuestre, pero como ya no están confinados sólo a los extras de un DVD, el proyecto artístico suele ser bastante más ambicioso: para estrenar hay que montar un plan de determinada duración. Se fuerza la creatividad, el producto se beneficia y sale mucho más carnoso.
Firmas de prestigio
También hay antecedentes que la generación anterior no podía tener. Algunos directores clásicos (Martin Scorsese, Jim Jarmush, Jonathan Demme y Wim Wenders) incluyen el rock como temario propio porque crecieron con él. Ya existen clásicos del rock filmado, como Gimme Shelter y The Last Waltz. Hasta Peter Bogdanovich se apunta con el biopic Tom Petty: runnin’down a dream. Y pueden tener valor cinematográfico: The filth and the fury, la segunda película de Julien Temple sobre The Sex Pistols, es una de las tres mejores películas de 2001.
En esta edición de In-Edit se estrenará Joy Division, una nueva aproximación al frío imaginario de Ian Curtis a cargo de Grant Lee, que tendrá que pelearse con un montón de celuloide. Ya hay competencia, público interesado y distintas miradas. ¿Es este Curtis de carne y hueso, contra el de ficción de Control?
El consumo masivo de telerrealidad ha creado a un espectador no especializado al que este formato no le es extraño. Inconscientemente, se ha incrementado la exigencia de fidelidad en la imagen realista. ¿Para qué conformarse viendo a Joachim Phoenix intentando hacer de Johnny Cash si tenemos archivo del mismo Cash para montar una historia? El biopic musical también se agota. Mejor, hay pocos buenos.
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