"Mi nombre es Francisco y tengo esquizofrenia"
Puntual como un reloj, se levanta cada mañana a las seis. Ducha, afeitado, pastillas y rumbo al bar Tesón. Allí coloca las mesas y las sombrillas antes de que definitivamente salga el sol. A cambio recibe una tostada, su café calentito y algún pitillo. Después le toca ir a sus clases de informática y carpintería, al menos hasta que pase la crisis. También a él le ha afectado, y ahora es otro parado más en la lista.
Así arranca la jornada de Francisco Arriaza Rodríguez, un sevillano de 43 años que tiene diagnosticada una esquizofrenia paranoide y, sin ceder al desaliento, lucha cada día para demostrarse a sí mismo, y a los que le rodean, que todo es posible.
Con ocasión del Día Mundial de la Salud Mental, Francisco habla sin complejos y con sencilla naturalidad de su enfermedad. En general, derrocha alegría y optimismo. Y lo hace incluso ahora que está un poco deprimido por no tener trabajo. Confía en sí mismo y en el currículo que va forjándose con las “pequeñas metas” que se ha propuesto: sacarse el Graduado Escolar, ir al gimnasio o apuntarse a la piscina.
Su primer brote psicótico lo tuvo cuando a los 22 años, mientras hacía la mili. “Tenía hepatitis y por eso llegaba siempre el último. Me pegaban y me daban patadas en el culo. A los siete meses exploté de esa manera”, cuenta Francisco. Desde ese día, la medicación, las terapias y su madre, María, han sido sus grandes aliados contra las alucinaciones, paranoias y depresiones que le provoca su dolencia.
Francisco reparte los días de la semana entre el curso de diseño gráfico que imparte Carmelo en el Taller Ocupacional Rafael González, y un curso de carpintería que está haciendo en la Unidad de Rehabilitación de Área del Hospital Macarena. Y los miércoles, sin falta, acude al partido de fútbol en el que su equipo se enfrenta a los compañeros de la Unidad del Virgen del Rocío. Lo más parecido a un derbi Sevilla-Betis.
Los hospitales y centros de salud cada vez están más alejados de su vida cotidiana. Desde hace ya tres años no sufre ninguna crisis. Ahora esta mucho mejor que tiempo atrás. “Yo noto que me pongo mal porque creo que la gente me mira, me insulta, y veo cosas raras. Después pienso que no pasa nada, que todo es mentira. Me voy a mi casa, me tomo un tranquilizante y a dormir”, explica orgulloso.
“La enfermedad provoca una agresividad enorme, pero he aprendido a controlarla. Hay que ser muy valiente para no pelearse”.
Vivir en familia
Francisco siempre ha contado con el apoyo de su familia. María, su madre, lo ha hecho desde el primer momento del diagnóstico. Siempre ha estado muy pendiente de él, pero también le ha enseñado a ser independiente: “Sé cocinar, me controlo los medicamentos, administro el dinero y ayudo a mi madre con los recibos cuando nos toca la presidencia del bloque”, enumera.
Aun así, Francisco no ve todavía razón para independizarse. Asegura que vive muy bien con su madre y, además, su pensión apenas supera los 300 euros. Tampoco tiene por ahora una novia que le haga cambiar de idea.