Los miedos del Katrina ya son pasado
Los habitantes evacuados de Nueva Orleans ya empiezan a volver a pesar de las advertencias del alcalde

Algunos vecinos no hicieron caso de la orden de evacuación y se quedaron en el famoso barrio francés de la ciudad.
Pinky está aburrido. Normalmente suele azotar a unas 30 personas por día, pero claro, con el huracán, los clientes escasean. Este señor barrigudo ya entrado en años tendría un físico bastante anodino si no fuera por la perilla y los pelillos de la calva, teñidos de rosa intenso. Látigo al cinto, Pinky es una institución en Bourbon Street, donde sirve copas y un castigo ocasional en el B Street Bar. No ha cerrado por Gustav y se consuela, con los altavoces a tope, atronando la calle desierta con el mejor blues de Luisiana.
"Nosotros no necesitamos a nadie, aquí la fiesta no descansa nunca", dice Pinky. Los dos borrachos en la barra aprueban con un gruñido. Es lo que tiene Nueva Orleans: rezuma desparrame y decadencia en las peores circunstancias, sobre todo en las peores.
"Las cosas iban bastante bien, nos estábamos recuperando del Katrina hasta que el Gobierno y la prensa decidieron arruinarnos los 30 millones de dólares que nos iba a traer el fin de semana del Labor Day (el último día del verano)", dice Vaughn Mordenti, el dueño del bar. Antes vendía camisetas en el mismo local hasta que se dio cuenta de que la bebida, la ajena, reportaba considerablemente más.
Ya puede diluviar, que Bourbon Street seguirá apestando a alcohol rancio, por mucho que lo limpien las aguas del Golfo de México traídas por Gustav o por cualquier otro nombre que se le ocurra al centro estadounidense de huracanes. Mientras siga en pie, Nueva Orleans olerá a jambalaya (plato de arroz) con mucho tabasco y se emborrachará con un Sazerac, el cóctel oficial, o mejor un Hurricane bien cargado: ron, vodka y un toque de zumo de frutas, por aquello del sabor.
"Estos edificios antiguos aguantan lo que sea", dice Mordenti mirando orgulloso sus paredes de ladrillos del siglo XIX, reconvertidas a los usos del XXI.
"Nos hemos quitado de encima el miedo del Katrina pero aunque las cosas hayan ido bien, la verdad es que sólo estamos preparados para un huracán categoría 3. Si esto sopla más fuerte se volverá a inundar y no habrá nada que hacer".
Ayer, excepto en el centro, la ciudad seguía a oscuras, como buena parte del resto del sur de Luisiana. Los habitantes, desoyendo los consejos de su alcalde, Ray Nagin, empezaron a volver.
En las carreteras, camiones de mantenimiento del tendido eléctrico salieron de Misisipi y Texas para restaurar la corriente lo antes posible. La Cruz Roja estaba lista.
"Vamos a desplegar unas 3.000 personas por toda la ciudad, con mantas, comida caliente, bebida y sobre todo generadores porque los primeros días van a ser difíciles", explica Peter Jones, el portavoz de la organización.
"Nosotros hemos albergado a unos 45.000 habitantes repartidos por ocho estados. Tuvimos unos pequeños problemas de organización, pero todo ha ido bien, sobre todo la coordinación con FEMA", (Federal Emergency Management Agency), la agencia del Gobierno que tanto falló hace tres años.
Balance final
Era hora de hacer balance. Los diques aguantaron. Dos barcos industriales, sueltos por la tormenta, chocaron con el muelle oeste del canal industrial, provocando una fisura importante, pero nada que no se pudiera reparar. La ciudad no se inundó. La evacuación también fue un éxito. Quizás demasiado, a la vista de lo que ha resultado ser Gustav.
"Esto no es bueno, se pasaron. La próxima vez que nos pidan evacuar, muchos se quedarán", dijo Catherine Jones, que se quedó tres días sudando la gota gorda en un refugio de Texas. Las autoridades justificaban las medidas extraordinarias.
"La razón por la que no vimos historias dramáticas fue precisamente porque todo el mundo siguió las consignas de evacuación", dijo el Secretario de Seguridad Nacional Michael Chertoff. En el B Street Bar, Mordenti, ya pensaba en el próximo fin de semana y dentro de unos meses, en febrero, en el tremendo negocio de Mardi Gras. "Tenemos unas party houses que alquilamos a 10.000 dólares el día. Ahí sí que se puede montar una fiesta ¿Quiere que se las enseñe?".