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Lunes, 30 de Junio de 2008

Dylan en Gredos: el blues de la montaña

El mito de Minnesota agota entradas en un concierto este pasado fin de semana en plena sierra

VÍCTOR LENORE ·30/06/2008 - 08:23h

Dylan tocó en mitad del bosque. A pesar del escenario poco habitual, no cambió el guión de sus ásperos y gruñones conciertos. Abrió con
Rainy day women y los fans le siguieron con el coro de "todo el mundo debe colocarse".

Pronto cayó otro clásico, Lay Lady Lay, una pieza tremendamente dulce que fue saboteada por una profunda carraspera. Más de uno se acordó del anuncio del abuelo y el Iniston.

Tener la voz tan mal tan pronto no presagiaba un recital disfrutable. Por suerte, poco a poco fue remontando y en la segunda mitad desplegó un registro vocal mucho más aceptable. Pocos cantantes han llegado tan alto con tan escasa materia prima. El es un genio porque ha conseguido compensarlo con toneladas de personalidad.

Con Dylan hay una especie de falso debate. Sus defensores sostienen que hay que agradecer que en los conciertos deconstruya las canciones para ofrecer versiones renovadas.

Sus detractores responden que en directo se le perdonan cosas que no se le permitirían a ningún otro. La discusión puede alargarse eternamente porque ambos tienen parte de razón.

Lo que hizo con Tangled up in blue no es un reciclaje sino una chapucilla. Despojó a la canción de toda la fuerza, confusión guitarrera y magia de la original, dejándola en un soso esqueleto.

Menos sufrió Highway 61 revisited, aunque también se quedó lejos del voltaje de la original. Seguramente el problema tiene que ver con la banda que se ha montado, compuesta por perros viejos curtidos en mil batallas. Tienen solidez, solvencia y cultura musical.

Tan sobrados van a veces que comienzan a gustarse y acaban rendidos a exhibiciones de traqueteo blues rock. Por momentos da la sensación de que están más pendientes de divertirse ellos que de hacer disfrutar al público.

Se dice que Dylan en directo no hace concesiones. No parece del todo cierto. Cada noche cierra con un clásico de esos que conoce todo el mundo. Esta vez fue un Like a Rolling Stone en la que -como es habitual- no cantó la frase del título para que sus fans pudieran gritarla a pleno pulmón.

Más chusco aún fue abrir los bises tocando en su piano la melodía de "Oé, oé, oé". Sus dos últimos álbumes, Love & Theft y Modern times, no están a la altura de sus clásicos, aunque algunas canciones como Mississippi o It ain't talkin' se deslizan con elegancia entre sus himnos mayúsculos.

La joya de la noche fue una sencilla y majestuosa The Lonesome Death of Hattie Carroll. 45 años después de ser grabada sigue sonando igual de emocionante.

Es todo un privilegio escuchar a este mito de la música popular rodeado de montañas y árboles. Resulta cuestionable que el escenario esté situado en la parte alta de una ladera en vez de en la baja. Los anfiteatros se hicieron por algo: es más sencillo mirar de arriba hacia abajo (sobre todo si eres bajito y alguien te tapa).

El llenazo total hizo incómoda la experiencia de verle y escucharle (más aún por la decisión del cantante de prohibir el uso de las pantallas). No es habitual que Dylan agote las localidades en sus conciertos españoles, esta vez lo consiguió gracias a un doble cartel con los superventas Amaral.