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Ley pionera para la igualdad - Tribuna

Por ser mujeres

José Luis Rodríguez ZAPATERO

Expresidente del Gobierno

La democracia solo es creíble como promesa colectiva de convivencia en libertad si se ve animada por la fuerza transformadora de la igualdad.

Como ideal, la igualdad representa, más que un valor abstracto, una actitud de compromiso por combatir y superar las diversas desventajas y discriminaciones que personas y grupos padecen en toda sociedad, aunque con muy diferentes expresiones en función de unos u otros países.

La Historia es un buen laboratorio para profundizar en las desigualdades porque la Historia de la humanidad es una historia de la desigualdad. La condición económica, el lugar de nacimiento, el color de piel, tener alguna discapacidad, la orientación sexual y, por supuesto, el género, constituyen los rasgos de identidad donde suele anidar la discriminación.

Pero de todas las discriminaciones, la más injusta, la más permanente en el tiempo, la más extendida en el espacio, a la que se suman invariablemente otras discriminaciones y afecta a más seres humanos, es la que sufren las mujeres, fruto de una atávica concepción sobre las capacidades y el papel familiar y social que deben ocupar hombres y mujeres en la vida tanto colectiva como privada.

El patriarcado, el machismo, la superioridad... expresados de un modo más o menos hosco o paternalista, son las caras de la dominación masculina, de una discriminación ante la que ningún demócrata puede ser insensible ni permanecer impasible.

Por eso, por sus características, por ser tan insidiosa e inaceptable, por aparecer tan naturalmente vinculada a las demás desigualdades, económicas, sociales y políticas, siempre he creído que la lucha por la igualdad efectiva entre mujeres y hombres ha de ser prioritaria para un proyecto progresista.

De todas las discriminaciones, la más injusta es la que sufren las mujeres

Es una lucha que irradia en las demás luchas, una causa de las causas, una opción política estratégica para quienes de ningún modo se conforman, para quienes piensan y sienten que no hay verdadera convivencia, que no hay ciudadanía, compatibles con la discriminación.

Es, además, una lucha universal, una sinfonía de voces de mujeres de todas las latitudes, africanas y europeas, americanas y asiáticas, que entonan un lenguaje común de protesta y afirmación de su dignidad.

Entre nosotros, se ha cumplido hace solo unos meses el décimo aniversario de la Ley Orgánica para la Igualdad Efectiva entre Mujeres y Hombres, una norma en la que el Gobierno que me honré en presidir, un Gobierno paritario, puso mucho empeño. Es una ley transversal que afecta a todos los espacios públicos, y también en la medida de lo posible a los privados, donde históricamente ha arraigado la desigualdad, y lo hace con diversos instrumentos jurídicos, con reglas, con mandatos, con principios...

Diez años es un periodo suficiente para evaluar sus resultados, que han sido más satisfactorios en unos ámbitos que en otros, y actuar en consecuencia. Hay que consolidar y reafirmar objetivos cumplidos como el de la representación política equilibrada (que entonces algunos cuestionaron y hoy no lo hacen), extender las buenas prácticas, como los planes de igualdad de los que se han ido dotando las empresas, y llegar allí donde no hemos sabido llegar o lo hemos hecho insuficientemente (la participación de las mujeres en los Consejos de administración, por ejemplo). Como también es, por supuesto, necesario encontrar nuevas vías (la Ley creó el permiso de paternidad y extendió el de maternidad) para alcanzar una conciliación de la vida laboral y familiar que no se siga haciendo a costa de las mujeres, porque deriva en desigualdades salariales y en menores posibilidades de promoción laboral.

De igual manera, ha de ser incesante la tarea de afinar y reforzar los instrumentos de protección ante la discriminación más lacerante e intolerable, la primera de todas, la violencia de género. La Ley de 2004 creó todo un sistema administrativo-judicial que hay que seguir dotando y perfeccionando, para lo cual son bienvenidos los grandes acuerdos parlamentarios como el que se ha producido en tiempos recientes.

Hay que consolidar y reafirmar objetivos de la Ley de Igualdad

Creo que estas normas han podido contribuir a nutrir una cultura jurídica y social en favor de la igualdad y contra la discriminación, que siente como suya la gran mayoría de la sociedad española, y que no se va a detener, que tiene que convertirse en una gran ola de serena indignación que acabe anegando todos los espacios donde todavía las mujeres padecen limitaciones a sus derechos, desde el más perentorio de la vida y la integridad física a todos los que tienen que ver con el trabajo, la brecha salarial y el desarrollo profesional, o el protagonismo en la cultura y en los medios de comunicación.

Hoy, 8 de marzo, vamos a sentir la fuerza de esa ola imparable, la fuerza transformadora de la igualdad.

Porque, por ser mujeres, nuestras hijas tienen miedo cuando regresan a casa solas por la noche, lo que no les ocurre a sus amigos masculinos; por ser mujeres, son ellas las que sufren la violencia de género, no sus consortes masculinos; por serlo, las mujeres asumen la doble tarea de cumplir en el trabajo y llevar el peso de la casa, como no lo hacen sus parejas masculinas; por serlo, las mujeres ven limitadas sus posibilidades laborales o su participación en la vida pública, como no le pasa a sus compañeros masculinos.

Todo ello por ser mujeres. Y frente a todo ello nos alzamos hoy.