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En Pakistán, el caos ha llegado para quedarse. Esta mañana, tras un mitin, la ex primera ministra Benazir Bhutto ha sido asesinada. La líder opositora era candidata a las elecciones del próximo ocho de enero. Bhutto ha recibido varios disparos en el cuello justo antes de que un terrorista suicida hiciera estallar su carga entre la multitud que escuchaba su discurso, en la ciudad de Rawalpindi, vecina de Islamabad. Al principio, las informaciones eran muy contradictorias. Unas fuentes la daban por seriamente herida, otras afirmaban que había muerto, e incluso que había salido indemne del atentado. Pero horas más tarde el ministerio del Interior confirmaba la muerte de Benazir Bhutto. En el atentado además han muerto 20 personas y hay decenas de heridos. Benazir Bhuto sabía que su vida estaba en riesgo si volvía a Pakistán, país que gobernó en dos ocasiones para luego exiliarse a Suiza tras ser acusada de corrupción. Ninguno de los cargos se demostró cierto. Hace sólo dos meses Benazir fue víctima de otro atentado. El mismo día que regresaba a Pakistán tras ocho años en el exilio. El país en estos momentos pende de un hilo. Musharraf ha tirado por tierra el prestigio internacional e interno tras la invasión de Afganistán, y el país sin rumbo, con una población pobre, joven y muy extremista en lo religioso, activa las alarmas para sobreponerse a la grave situación tras la tragedia de hoy, esta vez sin una de la líderes más carismáticas a nivel internacional.