Cuiden el activismo, son nuestra rabia necesaria - Ana Pardo de Vera

publicado el 05 de Mayo de 2023

Las grandes revoluciones y cambios sociales conllevan un nivel de activismo muy superior a los ímpetus partidistas e institucionales paralelos, estos últimos que, además, suelen estar bien retribuidos y entran en la nómina.
Este semana, en la Comunidad de Madrid, hemos conocido dos casos que advierten de forma ejemplar sobre la necesidad del activismo político -toda reivindicación social es política, para bien o para mal-, los dos casos en el ámbito de la lucha contra el maltrato animal y el respeto por la naturaleza.
Primero: los tribunales madrileños han aplicado por primera vez en la comunidad la ley de Bienestar Animal, ésa que, según sus detractores, iba a convertir a los humanos poco más o menos que en esclavos de los animales no humanos. 
El auto de una jueza de Arganda del Rey, un municipio de la región, impone medidas cautelares sin precedentes a un ganadero acusado de dejar morir a una perra y maltratar a varios animales más, galgos y caballos, teniéndolos encerrados sin comer ni beber. La jueza obliga a este presunto maltratador a alejarse de los animales, que se recuperan en centros; le prohíbe tener otros bichos y, además, le quita el arma de cazador y cierra sus granjas, cuyos animales serán dados en adopción. El hombre puede ser condenado a prisión por maltrato continuado de, al menos, dos caballos y diez perros. Una joya de sujeto, 
Por otro lado, todos y todas hemos podido ver como un dirigente del PP del municipio madrileño de Santos de la Humosa golpeaba salvajemente a una activista antitaurina que salió al ruedo a protestar sin violencia y con el cuerpo pintado contra este salvaje espectáculo de tortura y muerte animal. Las imágenes, que tienen en Público, son escandalosas por la violencia brutal de este político, al que su partido no pretende ni abrir expediente. “Que la activista no se hubiera metido allí y hubiera respetado ‘la fiesta’”, nos dice el partido con su cara de cemento armado. 
Ante la crisis climática, la desigualdad rampante de rentas, la subida de precios insoportable y la calidad de vida decreciente de una parte cada vez mayor del mundo, el activismo se está convirtiendo en la única herramienta de protesta ante la desesperante lentitud o nula actuación de gobiernos que, incluso, se dicen progresistas. 
El deterioro del mundo va muy rápido y las instituciones muy lentas, cuando no niegan e impiden todo avance, sobre todo, contra la emergencia climática, que lo es todo; que es la vida misma en su sentido literal. 
Sin activistas antitaurinos, animalistas, no existiría la ley del bienestar animal y el ganadero madrileño, por ejemplo, seguiría teniendo animales y escopetas. Seguiría torturando y matando.
Sin activistas como Rosa Parks, el racismo contra los afroamericanos seguiría siendo ley. 
Sin feministas como Clara Campoamor, el voto femenino seguiría siendo una utopía. 
Sin revolucionarios como Nelson Mandela, el apartheid sudafricano continuaría siendo norma. 
Sin mujeres, niñas como la Nobel de la Paz paquistaní Malala, nadie miraría por la educación infantil en teocracias y dictaduras misóginas. 
Sin la activista brasileña asesinada Marielle Franco, nadie habría puesto en el foco la vida de mujeres no blancas y pobres de Brasil y otros países latinoamericanos. 
Sin heroínas como Berta Cáceres, muerta a tiros en Honduras, nadie denunciaría el expolio salvaje de las grandes multinacionales en comunidades indígenas o de sociedades vulnerables. 
Sin jóvenes como la sueca Greta Thunberg, la lucha ambiental contra la emergencia climática apenas saldría en las noticias. 
Sin asociaciones como Futuro Vegetal, nadie nos recordaría constantemente que no hay planeta B y que el desastre lo tenemos encima, ya, ahora. 
Dice una canción de ‘Viva Suecia’, La voz del presidente, que “Somos la rabia que nos han obligado a sentir”, que nadie se expone y se arriesga a ir a la cárcel o a ser apaleada en una plaza de toros por diversión. 
Cuiden a los activistas, ayúdenles, que las instituciones ya se protegen muy bien ellas solas y nunca acelerarán los cambios imprescindibles sin nuestra rabia en las calles.

Ana Pardo de Vera.

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